Como si nadie leyera esto, como si esto hubiera sido guardado en hojas sueltas en un cajón oscuro, como si esto siguiera siendo esa oscura idea en mi cabeza. Yo, Gabo, sin más.

miércoles, 2 de junio de 2010

De la poesía a través de la ventana

A través de la ventana del bus la poesía corre apresurada.

Las gotas de lluvia que ya se anunciaban. Las gotas de lluvia de las que huí.
La cerámica vieja y ajada, manchada y destruida por el tiempo qué pasa. (¿Por qué nadie las cambia?). La pared sucia, resquebrajada, gruesa, vestigios del mercado de otro siglo, de antaño. Recuerdo (¡¿recuerdo?!). No, imagino que hace mucho brillaba y acogía, ahora, tan sólo es repulsiva.

Los mercados son algo así como lo peor y lo mejor de una sociedad. Por lo menos ese mercado que se yergue al pie de una acera sucia y...sucia, estrecha y tan latinoaméricana. Cadáveres en vitrinas, traseros en vitrinas, imitaciones baratas del consumismo de otro lugar. Enormes manifiestos a la vez de nuestro deseo de no-ser lo que somos y ser lo que otros son comprando algo que no-es lo que lo otro es y que en realidad solo es lo que nosotros somos.

La imitación del consumismo es una oda al subdesarrollo.

Pero cien metros más allá, el frenesí descontrolado de vitrinas atiborradas se ve interrumpido por la vendedora morena que sonríe al masaje de su colega. Y se calma, se sonroja y se calma, se relaja como no puede relajarse casi nadie en un mundo que vive del time is money y atado al reloj o liberado por el reloj, según como se vea. (Según como se vea siempre se ve mal).

La gente logra evitar a la lluvia en aleros estrechos e invadidos por vendedores ambulantes y chinameros. Conversa, pero un acelerón del bus, una inusitada conjunción afortunada de semáforos en verde nos aleja rápidamente de ese valle de caos encerrado entre pensiones de muy mala muerte y hoteles de clientela sospechosa. Cuadros de ventanas quebrados, cobijas a modo de cortinas que se asoman por una ventana mal cerrada (¿o talvez abierta para dejar escapar los pecados nocturnos?), puertas ennegrecidas, verduras de origen cuestionable... todo se borra cuando el caos del asfalto da lugar al orden grisáceo del cemento y a la fluidez de la ausencia de semáforos.

El pesado libro en mi mano se comienza a resbalar, mordiendo mi piel, trayéndome de vuelta a... ¿la pesada irrealidad de la novela que contiene? ¿el húmedo y bochornoso interior del bus? Llueve dentro del bus. Mis pensamientos divagan y la poesía a través de la ventana se convierte en simplemente el sinsabor del recuerdo, de la memoria, de mi memoria que me flagela, a ratos, y que a ratos me consuela.

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